Lago de hielo

Me crucé de brazos y miré hacia arriba, observando el alto pino nevado en el que estábamos apoyados.
-¿Sabes? -dije cambiando de tema- No se te ve mal entre libro y libro...

Arqueé una ceja.
-¿Acosadora? Lo que me faltaba por oír -dije llevando mis manos a la cintura y mirando al frente.

Rodé los ojos con una pequeña sonrisa.
-Solo intentaba alcanzar un libro y te vi.

Aparté un mechón de pelo de mi rostro y lo puse tras mi oreja.
-Admite que te gustó conocerme -dije con un aire de superioridad.

Alcé una ceja sonriente.
-¿Por qué siempre eres tan reservado? -pregunté mirándolo con curiosidad, esperando una respuesta.

Suspiré.
-Algún día me matarán, como hicieron con el pobre gato curioso, lo sé -dije riendo entre dientes- pero mi curiosidad me ha ofrecido cosas importantes en la vida.

Sonreí con satisfacción y llevé mis gafas, que estaban enganchadas en mi camisa, a mi cabeza, colocando las patillas tras mis orejas.
-Cambiarás ante mi presencia. Tarde, pero lo harás, te lo dremostraré.

Sonreí y acuné su rostro entre mis manos, mirándolo fijamente a los ojos y poniendome de puntillas para ello.
-Tengo toda la eternidad, tesoro.

-Eso ya lo veremos más adelante -dije mirando sus labios con una fuerte tentación.

Me mordí el labio inferior y acerqué mis labios a los suyos. Tras pensarmelo dos veces, o tal vez, mejor dicho, sin pensármelo, tube el impulso de besarle. Había algo en aquel vampiro que lo hacía irresistible ante mi.

Abrí los ojos como platos. ¿Qué había hecho? tenía razón, eso era de tontos. Me giré dándole la espalda y me crucé de brazos, quedándome en un incómodo silencio.
-Sabía que intentarías calcurarlo -murmuré enfadada- un simple juego -dije irritada, alejándome de él a paso rápido.

Una barrera de fuego apareció ante mí, aquello hizo retrocederme, hice un gesto con la mano y la barrera fue desapareciendo, como si hubiera revovinado un video y seguí andando, pero él volvió a hacer la misma barrera.
-Oh, vamos -murmuré- ¿Cómo iba a pensar que te interesarías un mínimo de mi? -dije rodando los ojos- Generalmente todos lo hacen, menos tú. Y en lugar de decirme algo prudente, cuentas cuánto he tardado. Parezco una golfa -dije cruzada de brazos- Ni siquiera se tu nombre -grité.