Acantilados

Llegué a los acantilados, era un lugar frío, más allá del bosque.
A lo lejos se veía el alto colegio.
Me senté en la fría nieve, cruzando mis piernas y colocando la funda de mi guitarra encima de ellas.
El helado mar golpeaba con grandes olas las rocas que habían en los acantilados. Eran altos, tan altos que no me atrevía a mirar dos veces. Alcé mi cabeza y miré al orizonte. No había nada. Era como el fin del mundo.
Me concentré y cerré los ojos con los labios fruncidos.
-Estúpida hermanita sobreprotectora y vampiresito, digo... hermanito idiota -dije golpeando mi frente- tiene suerte que besara bien sino... -murmuraba por lo bajo.
Con intención de entretenerme, saqué un coadernillo con muchas de mis canciones y empecé a cantar mi favorita.

Paré de cantar al escuchar su voz y intenté mirarlo sin moverme un centímetro, pero era imposible, apenas llegaba. Rodé los ojos y suspiré.
-Paranoias mías, vampiresito -dije resaltando su última palabra y volviendo a abrir la funda de mi guitarra eléctrica, para guardar el cuaderno en su debido sitio.

Me mordí la lengua para no quejarme aún más. Miré al frente y noté como cogía mi guitarra.
-Sí, adelante... -dije rodando los ojos y viendo su sonrisa de un reojo.

Seguía mirando al frente, con una pequeña sonrisa al escuchar el resultado de que mi guitarra estuviera en sus manos. Mi pelo bailaba con agitación al viento y seguía mirando el orizonte con la mirada perdida.
-El vampiro de las guitarras -dije con una ceja alzada.

Escuché cada una de sus palabras, aún sin desviar mi mirada, algo en mi interior comenzó a temblar pero paró en cuanto me puse de pie.
-Oye, mejor me voy de tu lado. No quiero que tu hermana entre en mi cabeza las veinticuatro horas del día -dije haciendo una mueca de odio al pensar en ella.

-A Cathaline -dije agachándome para cerrar la cremallera de la funda- Tampoco me preocupa, pero tengo suficiente con tenerla en mi habitación. Y tengo suficiente contigo.
Rodé los ojos y me coloqué bien mi bufanda negra y blanca.

Fruncí el ceño.
-Yo nunca la obedeceré -dije cruzándome de brazos- No obedecí a nadie en mi vida humana, no lo haré ahora.
Suspiré y me acerqué a él.
-Y qué curioso... -dije con voz tranquila- Tú eres siempre el que se aleja y el que se muestra diferente a como es delante de mí.

-Pues... -dije quedándome sin razones, ni nada por el estilo- No lo parece.
Suspiré.
-¿Y cómo puedes dudar que no me haya fijado en ti?

Abrí la boca para hablar, pero me callé porque había dado en el clavo. Fruncí los labios y dejé la guitarra entre la nieve, acercándome a él y poniéndome a su lado.
-Eres... diferente. Diferente a como me gustan todos.
Él sólo hizo una mueca.
-Pero, tú también me gustas -dije mirando al suelo con cara de estar pensando qué decirle- Y entonces... -me callé, porque no sabía como seguir.

-Es que yo... -comencé a decir, pero para cuando quise terminar la frase, no pude reaccionar a la primera a ese beso.
Cerré los ojos y relajé mis hombros, rodeando su cuello con mis brazos.

Lo miré con un brillo en los ojos y una sonrisa pícara.
-Solo un poco... -murmuré cerca de su oido, riendo entre dientes y mostrando mis colmillos.

Me mordí el labio inferior y noté como me apartaba la bufanda para dejar a vista mi cuello.
-Ya veremos quién lo hace primero -le susurré al oido, poniéndome de puntillas.
Cogí la guitarra y empecé a correr.
-No creo que me pilles.