Habitaciones femeninas

Abrí la puerta de la habitación con un fuerte golpe de mano. Me paré en el marco de la puerta y me quedé de pie, mirando con cara seria mi alrededor. No había nadie. Puse los ojos en blanco.
-Dos horas -repetí en tono de burla- Yo puedo hacer que dos horas duren una eternidad -dije asomándome por la ventana y gritando a los cuatro vientos- No me gustas -dije cerrando los ojos y alzando una ceja- Ha sido un simple pasatiempo.
Me tumbé en la cama de Angy, no me apetecía subir a la mía. Cogí un reloj de bolsillo y me concentré en él.
-Y pronto podré tener el futuro en mis manos -dije sonriendo y haciendo suaves pero detallados movimientos de mano, intentando que las manejillas de reloj siguieran su camino pero a una velocidad más rápida. Pero no lo conseguí, de la presión, el cristal del reloj estalló y se esparció por mis manos. Algo más calmada, suspiré y comencé a pasar las yemas de mis dedos por los detalles de mi medallón y entonces bajé a las mazmorras, esperando encontrar ahí a Angy y tener en mis manos el libro.

Entré con paso aligerado y los labios fruncidos por el enfado. Me acerqué a Cathaline y me puse frente a ella, a pesar que estuviera tumbada en su cama.
-¿Qué has hecho con el libro y la daga? -le dije intentando tener una voz calmada, pero delatando mi enfado en mi tono de voz.
Cathaline no contestó y se quedó con su gata. La miré de reojo y sonreí por no enfadarme aún más.
-Has sido tú, lo sé. Eres igual de reservada que tu hermano -rodé los ojos.

Fruncí los labios y di un golpe en la barandilla de la litera.
-Genial -murmuré hacercándome a mi cama y cogiendo la funda de mi guitarra eléctrica.
Abandoné el lugar y me dirigí al sótano.