Cuartos masculinos

Comencé a caminar por los largos pasillos decorados con viejos y clásicos cuadros.
-¿Angy? -preguntaba buscándola como una loca. Mis botas negras de tacón hacían un ruido más fuerte en la madera- Vamos Angy, aparece ya. Estoy perdida por este viejo y apestoso colegio -me quejaba.
Comencé a escuchar una preciosa música de guitarra. Fruncí el ceño y decidí seguir curiosamente aquel sonido. Hacía mucho que no escuchaba algo tan bello y que no fuera el típico rollo pop de los cantantes. Me asomé por el marco de una puerta y al ver literas, supe que seria la habitación masculina.

Me crucé de brazos y me apoyé en la puerta, abierta por completo.
-Sí, y mi estúpido instinto me trajo a ti -dije sonriendo ante mi comentario. Seguí escuchando aquel sonido.

-Confío en mi más estúpido instinto antes que en un vampiro que disfruta fumando esa porquería -dije recordando aquel mechero de plata. Comencé a pasear por la habitación. Sonreí, aunque nuestra habitación fuera tan vieja como el resto del colegio, era más bonita que este lugar. Aquí a la primera semana ya apestaría a sudor de licántropo masculino.

-Lo sé, yo sigo obsesionada por la ropa nueva -dije acercándome a él a paso lento y sentándome a su lado, sin mirarlo fijamente. Aparté mis negras gafas de mi rostro, dejando mostrar unos ojos azules como el cristal, ojerosos y con los párpados pintados de un negro intenso.

Alcé las cejas.
-Siempre me repugnó. Además, tengo un mal recuerdo -dije frunciendo el ceño. Lo miré ahora que no me podía ver. Lo miré sin quitarle ojo, observando cada uno de sus rasgos y sus pequeños movimientos.

Alcé una ceja y dejé de mirarlo.
-¿Cómo sabes si te estoy mirando o no? -pregunté curiosa, mientras me acercaba a otro lugar de la habitación y me sentaba en el marco de la ventana.

Saqué mis piernas por la ventana mientras seguía sentada en el mismo sitio. Miré el paisaje, frío, nublado y nevado a lo lejos.
-Soy una chica muy reservada y estoy segura que deberás volver a entrenarte para comprender cómo soy, qué hago cuando y esas cosas.
Sonreí.
-Esta vez has acertado, pero no pienses hacerlo siempre.

-¿Cie...? -comencé a preguntar cuando de pronto una capa de nieve me cubrió entera.
Gruñi por lo bajo quitándomela de encima y entrando dentro. Apostaría lo que fuera a que había sido cosa suya. Hice un movimiento de mano y el tiempo paró, las gotas de lluvia y nieve no se movían en absoluto, al igual que las manecillas del reloj.
-Lo has hecho adrede -dije cabreada escurriendo mi mojado vestido negro. Además ya iba suficientemente fresca como para tener más frío.

-No -dije llevando mis manos a mi cintura. Entonces sonreí con diversión- Pero no pienso ser la única.
Cogí nieve e hice una bola para lanzársela y darle en pleno. Reí entre dientes y me acerqué a él.

Me sacudí la nieve, estaba realmente fría. ¿Niña?
-Está bien, creo que ya vale. Acerqué mis manos a la chimenea de la habitación, que estaba encendida una fogata en ella.
Entonces lo volví a mirar.
-No tienes sentido del humor -dije rodando los ojos- ¿me cubres de nieve y no puedo hacer lo mismo? Sé que has sido tú.

Me crucé de brazos al ver lo que ocurría.
-Insisto, estoy segura -insistí poniéndome de pie y cogiendo su guitarra- Y hasta que no lo aceptes -dije acercando juguetona mis labios a los suyos- no hay guitarra.
Nuestros labios no se juntaron, sólo rozaron, pero entonces me aparté de él y salí por la puerta, para andar tranquilamente con pasos de modelo a lo largo del pasillo con una de sus posesiones.

Alcé la cabeza sonriente, acercándome más a él y colocando mis delicadas manos en la guitarra, mientras acariciaba la suave madera del instrumento hasta rozar sus manos.
-Me temo que no, los modales que recibí eran de gran importancia, pero en mi vida hacía lo que yo quería -dije mirándolo de arriba a abajo con disimulo.
Entonces comencé a mojarme, la ropa, mis brazos, mi pelo. Noté incluso como el maquillaje de mis ojos se me estropeaba. Lo miré con enfado.
-Algún día te vas a arrepentir.